lunes, 9 de noviembre de 2009

Un día con las luces de cruce

Había regresado sin darse cuenta al mes de las luces afiladas. Amanecía uno de aquellos días que fabricaban sombras largas como esculturas de Giacometti y aún no se creía del todo que las sombras abrigaran más que las mantas.

Se levantó con la firme promesa de hablarse, aunque tuviera que elegir como interlocutor a una parte que noviembre hubiera dejado en la oscuridad. Creía que era posible reconciliarse con el sonido de su voz, aquella mañana helada, de posibilidades incontables.

Sólo tuvo que pulsar el intro un par de veces para abandonar la idea. Y de pronto las sombras ya no abrigaban como las mantas y pesaban mucho más que estas.

viernes, 14 de agosto de 2009

Delayed

Trato de enfocar el flexo de la musa hacia alguna palabra que me siga interesando.
Cuando era muy pequeña creía que las cosas que quería se escondían dentro de mi almohada... sigo pensando que están ahí, sólo que ahora requieren una contraseña para acceder a ellas.

El dueño de la palabra se ha ido de vacaciones y agosto se pega a mi piel como la caricia de un ex-amante. Disparo la luz del flexo entre sus ojos de tormenta seca y así me quedo sin mes de cumpleaños. Pienso que dejar de cumplir es dejar de contar y eso es algo que no puedo permitirme.

Agosto resucitará sólo si me quedo a vivir huyendo de cualquier destino.

miércoles, 3 de junio de 2009

Todas las luces que apagó

El escritor esparció todas las hojas en blanco que encontró en la sala y se derrumbó en un sofá con manchas de pasado.

Había dejado de hablarse y se oía sus pasos apresurados recorriendo el desván, posiblemente buscando una botella en la penumbra que aliviara el rencor de todo lo que no se había dicho. Ahora era tarde, aunque la encontrara, aunque la agotara de un sólo trago... había prometido no volver a hablarse nunca más.

El escritor apagó la luz y dejó de ver su sombra abatida en todas las paredes.

Sin luz no existía. Ningún escritor había sobrevivido nunca sin luz.

Sus propios pasos en el piso de arriba taladraban la oscuridad como los relámpagos de verano rompen la oscuridad de las noches sin luna.

Entonces, cerró los ojos y comenzó a recordar todas las luces que había apagado antes de esa noche, empezando por todas las velas de sus pasteles de cumpleaños. Vinieron después las del cirio que le habían obligado a portar el día de su Comunión, extinguido con un soplo furioso, la de su mesilla de noche aunque tuviera miedo de los armarios vacíos, la del pupitre de la biblioteca cuando la batalla estaba perdida, la del almacén donde había trabajado antes del amanecer, para irse a encender otras luces más tenues, las del barracón de algún cuartel, las de las habitaciones de chicas vergonzosas, las de su coche, en dirección contraria...

Afuera amanecía pidiendo permiso, con timidez. Tuvo que hacer fuerza con los dos brazos para incorporarse del sofá; arriba ya no escuchaba sus pasos... debía haberse quedado dormido moviendo cajas y papeles ahí arriba.

Descorrió todas las cortinas de la sala, y después , una a una, las del resto de estancias del piso de abajo.

Mientras las primeras luces de la mañana de mayo aterrizaban en el suelo arañado, abrió un cajón de la sala y apagó las luces que quedaban encendidas en la consciencia.

martes, 19 de mayo de 2009

Destellos

Los faros de los coches y los faros anclados en el rompeolas del puerto.

Destellan las linternas de los guardas que trabajan de noche y destellan los neones de no importa qué bar de copas.

Cualquier luz que te deslumbre un segundo es más poderosa que tú y eso es más que humillante para los que ponen sus puños y sus piernas y sus brazos y sus mejillas alternativamente.

Todo cuerpo tiene un Judas que se llama rodillas... y, un destello, por breve que sea, puede hacer que te apoyes sobre ellas.

Destellan las cosas que están por encima de ti: las estrellas, los satélites y la luna... todo lo que puedas mirar a través de un telescopio. Cosas que estarán siempre por encima de ti y de tus posibildades... cosas que caminan usando tu cabeza como felpudo.

Destellan y te pueden. Todo así de simple... o así de complejo si decides mirarlo desde abajo.

Brillo

El de las moendas que pasan por tu mano un instante para volver a irse...

Metal frío que tiene la extraña facultad de hacerte creer ser cosas que en realidad no eres; que te convierte en poseedor de tesoros potenciales... en fascículos coleccionables, en sobre, en cartilla de periódico dominical.

Vives en áticos imaginarios y viajas en taxis con el chasis de cristal, de modo que todos pueden verlo todo menos tu destino. Como quien deja sus huellas en bulevares de cemento fresco, como quien persigue sueños que al final se cansan y se dejan agarrar.

Puedes jugar con el brillo. O puedes ser un adulto y leer las esquelas. Puedes sentarte en un vagón de metro y escribir poemas en lugar de leerlos.

jueves, 16 de abril de 2009

Luces que pasan

Hay luces que pasan por tu lado, como la cresta de un tsunami... fogonazos volátiles, etéreos, fugaces y tan deslumbrantes que te velan el cerebro como un carrete de fotos sobreexpuesto. Los efectos persisten delante de la retina, como cuando acaban los eclipses totales y te dejan viendo puntos intermitentes donde antes almacenabas imágenes enteras y cuadros figurativos.

Son luces que knockean, luces que hipnotizan, luces que parecen tener voz. Cantos de sirena sin maroma que te sujete al mástil. Cuando el destello se apaga, te has quedado sin recuerdos, pero sabes que nunca volverás a estar a oscuras.

Hay luces que dan calor y acompañan tus horas de estudio, que se reflejan en la lágrima que se desborda en el ojo cuando cierras tu novela preferida. Luces que iluminan tu árbol de Navidad, año tras año, que se apagan cuando sacas la llave de contacto de tu coche, que se encienden con un fósforo cuando ocurren los apagones, que enciendes en alguna iglesia cuando se te acaban los recursos de apelación, que soplas cuando cumples años.

Son luces repetidas, que caben en una cajetilla de tabaco, que envejecen como tú y te desvelan arrugas... Son una familia de luciérnagas que siguen ahí cuando quieres estar a oscuras y que, a fuerza de ser tuyas, terminan por no iluminar nada.

domingo, 29 de marzo de 2009

Luces oblicuas

El día que decidí no volver a hablarme, salí de mi casa con los labios obstinadamente cerrados, ignorándome aunque caminara pegada a mí.

No me merecía ni una sola palabra conciliadora y había dejado papeles y lapices en el escritorio para evitar cualquier tentación de comunicar.

No me encaminaba a ningún sitio, seguía la trayectoria de la luz del sol, no me apartaba un instante del sendero iluminado de la calle. No me daba el ánimo para caminar en la sombra.

Hacía mucho tiempo que no salía a caminar determinada a romper toda comunicación verbal conmigo, y, a medida que avanzaba en mi trayecto a ninguna parte, podía notar el paso de las estaciones.

Aquella última vez, las luces eran oblicuas, afiladas... eran luces tímidas del mes de noviembre. Estas que tenía encima ahora, eran luces descaradas, cenitales, empeñadas en alumbrar desde lo alto y dejar el alma desnuda a fuerza de caer como un dedo acusador, justo encima de la cabeza. Eran luces de candileja, de protagonista. Luces de interrogatorio. Inquisitivas...

Regresé sin haber contestado a ninguna pregunta y yo, caminando al lado, me preguntaba una y otra vez si no hubiera sido mejor formular la súplica a la inversa. Haber aunado las mentes por disipar y no por acelerar.

Supe que nos habíamos equivocado y subí los escalones de tres en tres, con la secreta esperanza de partirme la crisma, y dejar de preguntarme...

viernes, 27 de marzo de 2009

De luces y pudores

Una vela se apaga a sí misma, si es necesario, al despuntar el sol. Se cree "no" necesaria, se siente ridícula y se adivina humillada.

Entre el orgullo herido y su vergüenza, la llama se siente débil y se autofagocita.

Esa es la razón por la que nos nos mirarmos unos a otros en los transportes públicos, por la que bajamos la cabeza al estrechar una mano, por la que no damos los buenos días a los vendedores ambulantes y por la que subimos el volumen de las noticias más escabrosas.

Esta mañana me hablé frente al espejo, y descubrí que me hablaba para tener una excusa para no escribirme... Me dio tanto miedo que inventé un blog para dejar de hablarme.

Ahora que no me hablo en voz alta, voy a empezar a conocerme... Ahora que estás leyendo todo lo que tengo que decir, voy a terminar de dibujarme.