jueves, 16 de abril de 2009

Luces que pasan

Hay luces que pasan por tu lado, como la cresta de un tsunami... fogonazos volátiles, etéreos, fugaces y tan deslumbrantes que te velan el cerebro como un carrete de fotos sobreexpuesto. Los efectos persisten delante de la retina, como cuando acaban los eclipses totales y te dejan viendo puntos intermitentes donde antes almacenabas imágenes enteras y cuadros figurativos.

Son luces que knockean, luces que hipnotizan, luces que parecen tener voz. Cantos de sirena sin maroma que te sujete al mástil. Cuando el destello se apaga, te has quedado sin recuerdos, pero sabes que nunca volverás a estar a oscuras.

Hay luces que dan calor y acompañan tus horas de estudio, que se reflejan en la lágrima que se desborda en el ojo cuando cierras tu novela preferida. Luces que iluminan tu árbol de Navidad, año tras año, que se apagan cuando sacas la llave de contacto de tu coche, que se encienden con un fósforo cuando ocurren los apagones, que enciendes en alguna iglesia cuando se te acaban los recursos de apelación, que soplas cuando cumples años.

Son luces repetidas, que caben en una cajetilla de tabaco, que envejecen como tú y te desvelan arrugas... Son una familia de luciérnagas que siguen ahí cuando quieres estar a oscuras y que, a fuerza de ser tuyas, terminan por no iluminar nada.

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