martes, 21 de agosto de 2018

Orden de alejamiento

Habían pasado los años y el escritor había respetado escrupulosamente su orden de alejamiento de las palabras. Las había tratado con tanta torpeza que la sentencia le pareció, en su momento, ajustada a la gravedad del crimen. Al oírla, en la voz del juez de los significados, se limitó a bajar la cabeza y a seguir la trayectoria de una lágrima desde su ojo hasta el suelo. Se desdibujó antes de impactar con las baldosas frías de la culpa. Las había maltratado, obligándolas incluso a ser lo que no eran. Las había dejado solas, encerradas en su cuarto, tiradas en algún rincón de la mazmorra donde arrojaba los manuscritos que nunca verían el final. Las había zarandeado, obligado a confesar las verdades que el escritor quería oir y que iban en contra de su esencia misma. Y, al final, las había abandonado. Sin ninguna explicación, sin adiós ni apostillas ni notas aclaratorias. Necesitaba espacio- se dijo a si mismo- y le prestaron uno. Pero en él no cabían las palabras. Ni la luz. Poco después fue llamado a declarar y cuando el juez dictó sentencia, sintió que una cuartilla en blanco se arrugaba en su pecho. El escritor se quedó en su espacio prestado hasta que pudo encontrar el modo de pagar por otro que tampoco sería nunca suyo. Convivió con imágenes que insistían en que olvidara a las palabras. Mirando al fondo de la copa del vacío, llegó incluso a ignorar la cuartilla arrugada que envolvía su corazón, áspera como el papel de estraza de una tienda de ultramarinos. Intentó en una ocasión, ponerse en contacto con las palabras pero enseguida abandonó su quimérico empeño, tan grande era la audacia de su temeridad. Un día escuchó, por encima de retales de conversaciones inconexas, cómo alguien decía que le habían contado que alguien había oído que las palabras aún se acordaban de él. A pesar su torpeza, de su desdén , de su cínica indiferencia y de sus amoríos con las imágenes. Tenía una nueva oportunidad. Estaba a punto de violar la orden de alejamiento.