domingo, 17 de julio de 2011

Introducción a "El Espacio Prestado"

En el espacio prestado los manuscritos se amontonan en un desorden calculado. En un caos programado para recordarte que no posees ni un solo renglón de los que has derramado con la temeridad de quién conduce un deportivo sin cambiar de marcha.

No tienen vida propia porque no tienes un rincón en la memoria para darles el lugar en el mundo que les convierte en algo y, como almas de bebés en el limbo de la no existencia, se aparecen en tus sueños para recordarte que sin el final, el principio no existe, la historia no se presenta y todo lo que contiene no vale más que el garabato unidimensional de un párvulo que sólo quiere salir a columpiarse hacia un cielo que pinta del color que quiere. Porque él si tiene un espacio propio que le hace dueño de las frases que componen el microrrelato de su vida de riguroso estreno.

Abres un libro y sin prólogo ni epílogo no hay estantería que sustente su peso en hojas. Palabras deslavazadas que podrían convertirse en materia de cualquiera, tweets del horror vacui, pensamientos fugaces que duran lo que un tren tarda en deslizarse de estación en estación.

No sirve.

El espacio prestado se cobra la no-vida de tus manuscritos sin continuidad, se los lleva con él como precio del alquiler no tener nada.

Quizá- piensa el escritor- haya algo peor que el no tener nada nuevo sobre lo que escribir. Quizá el verdadero infierno es ese montón de líneas a doble espacio que esperan amordazadas un rumbo que las traiga de vuelta a la vida.

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